"Toda América del Sur no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo"

Juan José Castelli

viernes, 29 de mayo de 2009

Tus anteojos

Quién sabe si fue el misterio o la suerte me tendió una mano pero aquel día te fuiste y olvidaste tus anteojos. Te hubiera corrido pero algo así como un fantasma me tomó del brazo y entendí que iba a ser mejor que te fueras y dejaras tus anteojos en la mesa. Que iluso al pensar que había sido un simple olvido, un futuro llamado, un encuentro y problema resuelto.
Encendí la hornalla para calentar un poco de agua y hacer tiempo antes de salir a la escuela cuando un chirrido de madera me encontró desprevenido y mi mano soltó la pava que calló mojando el suelo y las suelas de mis zapatos. Me asomé al comedor. La mesa de algarrobo temblaba de miedo. Tus anteojos se abrieron como un cofre sellado durante siglos por algún tenebroso sortilegio y entre luces y fuegos de artificio una pequeña pajarita en llamas se disparo hacia el techo y comenzó a volar en todas direcciones quemando las cortinas, tiznando el cielo raso y haciendo estallar los vidrios. Agarré el teléfono y, mientras marcaba el número de los bomberos, la pequeña ave flameante, sin aviso alguno, se metió en uno de mis orificios nasales y sin hacer escala en la laringe o en la traquea bajó directo a mis pulmones.
No sé como explicar lo que pasó a continuación. Fue como un sueño, estábamos los dos en mi cuarto, igual que la noche anterior, la luz tenue del velador, el humo de los cigarros, el olor a transpiración, pusiste tu mano sobre la mía, me distes un beso en la mejilla y mirándome a los ojos me dijiste que la vida, por momentos, te hacia sentir inmortal. Yo sentí que las células de mi cuerpo se dilataban y se humedecían y un calor creció en mi estomago, se expandió por todos mis órganos y tejidos y sin saber que hacer, te abrasé.
Todo esto pasó muy rápido, enseguida me encontré otra vez en el comedor con las zapatillas húmedas. Tus anteojos estaban sanos como siempre sobre la mesa inmóvil, las cortinas estaban intactas, el techo blanco, los vidrios firmes y la pequeña pajarita flameante ahora era una simple calandria indiferente y saltarina comiendo las migas que quedaron de la ultima comida debajo la silla.
La calandria vive en mi casa desde aquel día y cuando estoy descansando viene volando y se apoya en mi mano o me dice al oído que la vida, por momentos, la hace sentir inmortal.
Con la nota te mando los lentes en un paquete y me gustaría que cuando pasemos otra noche juntos, quien sabe si por misterio o porque la suerte me tienda la mano, te vallas y vuelvas a olvidar tus anteojos.

Marcelo Salamida

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